jueves, 9 de abril de 2009

El peregrinaje emplumado

Teresa Berenice Resendiz Santana
Celia es una mujer morena, de aproximadamente 50 años, ojos pequeños y gran sonrisa, la cual sobre su espalda lleva enjaulados a sus “pequeños” desde Toluca a la Basílica de Guadalupe, con la intención de presentárselos a la Virgen y con suerte hasta de venderlos. Quizá se escucha algo desalmado, pero para ella es un gran orgullo.
Es parte de la Unión Nacional de Creadores Expendedores Capturadores y Transportistas de Aves Canoras y de Ornato A.C, quienes cada domingo de ramos llevan sobre sus espaldas en coloridas jaulas que forman pequeñas torres a sus pájaros, rumbo a la Basílica de Guadalupe desde hace treinta y dos años, con la intención de ofrecerlos a la virgen y de poder venderlos.
El canto de las aves anuncia la llegada, pero mientras las puertas de la entrada número cinco abren, Celia aprovecha para descansar, su rostro se nota sudado, quemado por los rayos de sol, pero eso no hace marchitar su fe y de poder llegar a los pies de la Virgen de Guadalupe como lo ha hecho desde hace tres años.
Fijamente observa a los danzantes que acompañan a la peregrinación, cuerpos que brincan al ritmo de los tambores, con penachos de plumas negras, moradas, rojas que rozan con la fuerte brisa, donde el sonido de los cascabeles sujetados a sus tobillos suenan su agudeza a cada salto.
Ella como otros dueños intentan vender sus aves antes de entrar, aprovechando que los curiosos se alegran de ver tanto colorido y flores sobre las jaulas, donde los más solicitados son los canarios a 120 pesos el par, los pequeños pericos australianos al mismo precio y los más exóticos como los cardenales a 650.1:00 en punto, el reloj marca la hora anunciada para misa, las grandes puertas de la entrada número cinco se abren de par en par, desde luego a las afueras los compañeros de Celia gritan “No se desacomoden, ya no dejen pasar a nadie, espere a que salga y le doy el precio”. Mientras Celia apresurada acomoda las jaulas azules con rosas rojas en su espalda.
Un sacerdote con túnica roja la recibe bajo las gotas de agua bendita que le lanza lentamente a su arribo al templo, los organizadores le dan instrucciones de dirigirse al atrio donde los padres regularmente toman asiento, para que ahora ella ocupe junto con sus compañeros uno de esos lugares sólo por esa ocasión.
La peregrina mantiene una gran sonrisa y escucha con atención las palabras de Monseñor Diego Monroy Ponce, quien antes de comenzar la eucaristía dice “Hoy pediré que el órgano no toque, porque sólo nos acompañará el canto de estas aves”, mirando asombrado la infinidad de aves que acompañan a la virgen María.El sonido de las aves forma un canto inigualable que se combina con el eco dentro del templo, lo cual hace más fuerte el vibrato durante la ceremonia.
Celia con una gran sonrisa contempla en silencio la imagen de la Virgen de Guadalupe, la cual está llena de color al ser acompañada por las flores y las pintorescas jaulas de donde las aves emanan su agudo canto, sin importar interrumpir a momentos el sermón del Monseñor Monroy.
La misa transcurre, Celia escucha el tema principal que es sobre las palmas, las cuales son levantadas por cada peregrino para que sean bendecidas por el padre que dice “Estas palmas benditas son un signo elocuente de nuestro compromiso y si las agitamos es porque estamos vitoreando a Cristo Jesús junto con los pájaros, la gran variedad de pájaros que tenemos hoy en el altar”[1]
Al igual el padre Monroy comenta sobre una anécdota de San Ignacio de Loyola, el cual cada vez que salía a ver sus flores pedía poder alabar a Dios como ellas, parecido con las aves, quien con su canto armonioso son pregoneras de oración.
2:00 p.m. la misa ha terminado, ordenadamente toma sus jaulas para dirigirse a la salida, donde infinidad de compradores y curiosos inquietos esperan ver las aves, y si les alcanza el dinero, poder comprarle aunque sea un canario.
La peregrina a los pies de la estatua de Juan Pablo Segundo se instala para vender a sus pequeños emplumados, los cuales intentan escapar de sus adornadas prisiones, pero la única manera de lograrlo es que alguien cuente con más de 100 pesos para saldar el precio de su libertad, "ándele lléveselos, están re bonitos", grita doña Celia.
Sin embargo, la venta está muy floja, ya que muy pocos se atreven a sacar dinero de la billetera para llevarse un pájaro, pues la mayoría sólo los observa, ríe y se van con las manos vacías.
Aunque eso no la desilusiona, pues se muestra satisfecha por cumplir con su promesa de llevar ante la Virgen de Guadalupe a sus pájaros como cada domingo de ramos desde hace tres años, pero admite que antes regresaba a su hogar sin ningún canario, ni periquito.
Doña Celia desde luego saca a relucir su talento de vendedora, el cual consiste en llamar la atención del cliente a como de lugar, ya sea con un “güerita” o llevándolo del brazo hasta sus jaulas, con la intención que vea a sus aves.
Después de un largo rato una joven se acerca, de inmediato doña Celia levanta la voz para captar a la clienta, ésta observa a detalle a sus pericos australianos amarillos con blanco, pero parece un poco desilusionada pues no le alcanza el dinero para comprarlos, aunque después de un largo rato de negociaciones se llega al precio de 100, al cual accede la muchacha.
Celia disfruta de su trabajo, aunque no se gana mucho por la crisis, pero sostiene que eso se le olvida cuando logra conseguirles un hogar a sus “pequeños”.

Dueños con sus aves a las afueras de la Basílica


Los peregrinos en la parte principal del atrio


http://www.virgendeguadalupe.org.mx/noticias/Breves_2009/aves_canoras_ornato_09.htm
Imagenes de la página de Internet de la Básilica de Guadalupe.http://www.virgendeguadalupe.org.mx

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